Reconquista

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Eusebio Gomez de la Puente, 1908 - 336 páginas
 

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Página 284 - ... verdad suprema; el que no se deslumhra con las pedrerías de los tronos y de las coronas y de los cetros; el que llora con el pueblo ya él se inclina piadosamente, y lo acompaña en las noches sin término de su ignorancia, y le promete vengarlo, reclamar en su nombre con la magia del verbo, con la gloria del color y con el hechizo del sonido, todas las grandes reparaciones, todos los inmensos desagravios que le son debidos. Yo amo el arte que sin menoscabo de su majestad, se simplifica para...
Página 14 - Uno, dos, veinte cuando mucho serían los honrados, los convencidos y los sabios que de buena fe suponían realizar obra buena; el resto, la gran masa de preceptores de niños y jóvenes...
Página 283 - Yo amo el arte viril, sacerdote y apóstol; el que se consagra á consolar, cuando no atina á redimir; el que lucha por hacerse escuchar de los desheredados de este mundo; el que fustiga á los tiranos, á los sátrapas, á los caciques; el que se yergue ante los gobiernos poderosos, y como escudo invulnerable y magnífico, opone á sus rayos y á sus iras y á sus persecuciones, la suprema belleza y la verdad suprema; el que no se...
Página 5 - ... según lo que se les amoldaban en los torsos encorvados y en las cabezas trémulas que en ellos se hincaban, para más sollozar, hundidas en su pluma. El estudio naufragaba en las sombras. Los cuadros inconclusos, sin marco, y los concluidos, con sus molduras de oro, fundían sus tonos, esfumábanse y perdían la precisión del dibujo y la dulzura acariciadora del color; dos o tres bronces, aquí y allí, sobre repisas y coronamientos de pupitres monacales, se desvanecían en su propia pátina...
Página 18 - ... cualquiera rompía la unión; casi la destrozaba con lo brutal del tirón inesperado, y cargaba con una de las dos vidas, afeándola y pudriéndola a cruel priesa, para que hasta repugnancia física inspirara en la vida que se quedaba trunca; ya regresaría en su busca otra enfermedad, o la misma, o un accidente, algo despiadado, insensible, inoportuno, imperioso. —¡Hala! ... ¡Al pudridero tú también, que ya aquí sobras! . . . Todavía en las épocas primeras de su orfandad, cuando aún...
Página 20 - ... en la calle se encuentra de dueño y señor de su persona y de sus actos? . . . ¿Por qué? si no podía conceptuar su matrimonio feliz y voluntario-hasta donde humanamente los matrimonios avenidos son felices,— parecido siquiera a una condena, dado que, durante todo él, Salvador no careció de cuantas libertades quiso . . . Tildábase de ingrato, de perverso y monstruo; y ello, no obstante, la desnaturalizada sensación persistía y persistía agravada de un secreto regocijo salvaje— que...
Página 16 - ... enseriábase; él era el hombre, el marido; quería dinero . . • compromisos, negocios. —Afloja veinte pesitos, fiera, que los necesito en serio, anda! ¡ Como si a las paredes los pidiese! Ni un centavo le soltaban. ¿Acaso no se reservaba él la mayor parte del producto de los cuadros, dizque para colores y para lienzos y para barnices y para ... la calle, los amigos, las llegadas tarde en coche, con los ojos muy cargados y la lengua de muchacho de escuela que deletrea las palabras y tartamudea...
Página 331 - Allí deseaba con ansia henchir su vientre de las algarrobas y mondaduras que comían los cerdos; y nadie se las daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Ay, cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo...
Página 20 - ... engañado con ningún otro hombre, que había escapado de ese peligro inminente que a todos los maridos amenaza y en el que todos piensan de tiempo en tiempo con estremecimientos de espanto ¡aunque ninguno lo confiese! ... Nueva crisis de lágrimas sobrevínole, mezclada ahora a nerviosa risa, y apretó a sus chiquillas sobre su pecho; más que nunca lamentó la prematura muerte de Emilia; más que nunca lloró por ella lágrimas extrañas de gratitud inconfesable, porque se había ido dejándolo...
Página 23 - ¡sólo yol si mía eres desnuda y vestida, por fuera y por dentro! . . . ¿Si nadie en el mundo podrá sospechar nunca que en mi cuadro está tu cuerpo?. . . Emilia transigía, pidiendo esperas; principiarían a la tarde siguiente, cuando ni las criadas sospechasen atrocidad tamaña. Y la tarde siguiente nunca llegaba; la anhelada sesión inaugural, la primera pose, no venía, ora estorbada por esto, ora por aquello. De balde que Salvador, muy de mandil y luego de haber reestirado el lienzo nuevo...

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